Hace apenas cinco meses llegó Emma Sofía a nuestras vidas, y desde entonces todo ha cambiado. Cada día trae una sonrisa nueva, una expresión distinta, una pequeña muestra de su personalidad que empieza a florecer. Verla crecer es una mezcla de asombro, ternura y gratitud que no deja de sorprenderme.

Esta semana quise capturar ese momento efímero que es la infancia. Tomé la cámara, monté el 50 mm, y busqué la luz suave que entra por la ventana por la mañana. Me propuse hacer algo sencillo, pero con alma: retratar a mi hija como la veo cada día, con esa paz que solo los bebés transmiten, y con el desenfoque selectivo justo donde la emoción ocurre —en su mirada, en su sonrisa, en esos pequeños detalles que hacen que el tiempo parezca detenerse.

El 50 mm tiene algo especial. Te obliga a acercarte, a mirar de verdad. No puedes esconderte detrás del zoom ni depender de la distancia: tienes que estar ahí, a su altura, respirando el mismo aire, compartiendo el mismo instante. Y cuando lo haces, la foto deja de ser una imagen para convertirse en un recuerdo con vida propia.

Cada disparo fue un recordatorio de lo rápido que pasa todo. Hace nada era un recién nacido diminuto, y ahora ya levanta la cabeza, sonríe, y explora con los ojos un mundo que recién empieza a descubrir. Es increíble pensar que algún día veremos estas fotos y diremos: “Mira qué pequeña era”.

El desenfoque selectivo no fue solo una elección técnica, sino también emocional. Porque en esta etapa de la vida, todo alrededor se vuelve difuso y lo único que importa está justo en el centro: ella.

Gracias por acompañarnos en este viaje. Estas imágenes son más que simples retratos: son una forma de detener el tiempo, de guardar un pedacito de lo que somos hoy, antes de que siga cambiando mañana.

📷 Cámara en mano, corazón en foco.